Alfredo
Ybarra
Las banderas ya llevan días rozando con su seda
serrana y mariana. Hoy ya tocan a romería las aldabas de las casas andujareñas,
ha roto aguas la primavera y la Morenita nos espera. Sólo quiero salir a la
calle, entregarme a Andújar, y en silencio escuchar la inmensa magnitud de la ciudad, que redobla
a tambor romero en el pulso de su corazón. La Romería es el culmen de una
devoción que se vive a lo largo del año en muchos lugares dispersos por tantas
y tantas geografías.Y Andújar es su epicentro, y el corazón, el Cabezo. Es
una celebración de siglos, tan singular como compleja, al hacer humano
lo divino por medio de una estética, de unos ritos, de una religiosidad, más
que genuinos, que la convierten en una fiesta en la que el propio pueblo, como
experiencia colectiva, se proyecta en ella con sus cantes sus promesas, su
alegría, sus desconsuelos, sus rezos, sus esperanzas, sus certezas,…puestos a
los pies de la Virgen de la Cabeza. Triunfando así, pues, el milagro de la
vida, en medio de la luz, en medio de la naturaleza, a través del sentido
espiritual de la peregrinación, en la pura metáfora de la renovación de la vida
que la primavera trae. En esta fiesta hay un derroche inusitado de imaginación,
de sensaciones, de conmociones del alma y de vivencias plurales, tan
fuertemente arraigadas en nuestros pagos, en los que el ritual responde siempre
a sus necesidades. Es toda una alegoría esa simbiosis entre la Sierra de Andújar y el Cabezo, y en
los días primaverales más, porque en su conjunto nos desvelan la grandeza
divina y en los dos habitan todas las lenguas posibles del alma. Despojada de
los flecos festivos y sociológicos, la fiesta y toda su contexto son el lienzo
donde bordar una devoción cuyo centro es la Virgen de la Cabeza, que es
paradigma de la perfección armónica, esa paz suprema que lleva el espíritu a
emprender el camino de la Verdad suprema, la de Dios. Oía hace poco que con
María siempre se lleva a Dios, y es verdad, por su metáfora, por su vida, por
su fe y entrega, por su esperanza, por su regazo inmenso de paz. Ahí está la
verdad de esta devoción, en esos cientos de miles de almas que sienten una
extraordinaria vivencia en la Sierra de Andújar, en el Santuario, que hace la
verdad salga a su encuentro y la plenitud las inunde. La devoción mariana
encumbrada en la Romería es la metáfora de la vida. Lo bueno y lo malo de
nuestro acontecer sublimado en las imagen de la Morenita que es mano tendida a la armonía de la
gracia. Alguien dijo que si la
religiosidad es la pureza de sentir; nada más religioso que la Romería, que a
la par es como el océano, que está inmóvil e inmenso en su más genuina esencia
y también nos trae las olas más actuales y cercanas del la humano y anímico
sentir.
Sólo
quiero beber la brisa iliturgitana que sabe enfocar su mirada en la Virgen
Serrana, que ahora siembra de duendes las servigueras del encuentro, y hasta
ilumina sus sombras con savia eterna renombrada. Y me filtra en el alma el
ardor, el secreto de su fuego antiguo y milagroso que nos hace tener esta fe,
que es como toda fe, y sin embargo tan diferente, tan nuestra, trasminada por
los siglos desde aquel 1227. Hoy, sólo quiero extraviarme en el hálito vaporoso
de esta Andújar que vuelve a amanecerse y columpiarse en el sueño desbocado de
volver a calarse la medalla romera, y el estadal, y la esencia de nuestra
identidad que fraguaron nuestros mayores. Hoy solo quiero persignarme con el
agua bendita que la ciudad destila en la sonanta de su alma. Hoy solo quiero
mirar al Cabezo y soñar una nueva Romería que vuelva a detonar la grandeza
íntima de mi alma.
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