González Orea y tanta memoria más
Salvo contadas excepciones de obligado cumplimiento formal, somos los españoles poco dados a la memoria. Nos cuesta ejercitarla y sobre todo nos es difícil poner las cosas en su verdadero sitio. Mucho de los tropezones que damos se producen seguramente a consecuencia de esta mala memoria colectiva. Otras naciones europeas cuidan muy mucho de centrar la evocación de su devenir en la médula de su educación y desarrollo. Aquí se nos vuelve arduo, parece que siempre hay agraviados al hacer auténtica remembranza.
Nos parece mejor ir al día no apuntalamos en un sentido de repaso de la historia, con sus hechos, con sus personajes. Y esto no es bueno, no. Porque nuestra identidad se basa en nuestro proyecto de futuro, pero también en la realidad y en lo que fuimos y concurrimos. Si hace poco escribía que nos falta diálogo democrático (que es una cosa que he escuchado a intelectuales de peso), convivir en el debate y saber tener muchos más puntos de encuentro y alcance de los que tenemos, en esa misma línea, nos falta diálogo histórico.
Para sernos necesitamos el corpus de esa memoria colectiva, compartida, transmitida y construida por nuestra sociedad, algo que se conforma como un sólido pilar de nuestra condición. Se trata de un esfuerzo permanente por entroncar con nuestro pasado, valorándolo y tratándolo con especial respeto. Y ese esfuerzo nos falta, no lo cultivamos de ningún modo, salvo como digo, conmemoraciones y efemérides que obviamente deben de subrayarse. Y podemos hablar de acontecimientos y hechos mayores, pero también de otras cosas, hechos y personajes que forman esa argamasa que nos une como una sociedad y como una cultura.
Y digo todo lo anterior porque con todas las celebraciones en torno al octavo centenario de la batalla de las Navas de Tolosa, a nivel transversal he echado de menos un recuerdo mayor, sobre todo en algunos foros e instituciones de Jaén, que deberían haber tenido esa sensibilidad, con cierta obligación moral o intelectual, a los autores del monumento conmemorativo de la batalla de aquel julio de 1212 en las Navas. Participaron en su construcción el arquitecto jienense Manuel Millán López y el escultor iliturgitano Antonio González Orea.
El artista de Andújar es algo curioso, mientras pasan los años desde su muerte, y en el mundo artístico su biografía se acrecienta como uno de los escultores de la segunda mitad del pasado siglo con una impronta genial, vanguardista, y con la rotundidad de los artistas sobresalientes; que además creó un magisterio importante sobre otros artistas que han alcanzado gran relieve, en su tierra poco se le recuerda y prácticamente en nada se aviva su memoria. Respecto al monumento, Orea, empleó el todavía innovador en su época hormigón, acero inoxidable y piedra de Sepúlveda, para la representación tan novedosa de las agudas aristas, realizando una de las obras más monumental e importante de la escultura moderna española de esos últimos cincuenta años del siglo XX. Fue inaugurado en 1981.
Delante del monumento se aprecia la figura legendaria del pastor Martín Alhaja indicando el camino más propicio para atravesar Sierra Morena sin caer en la posible emboscada de Al-Nasir en otros pasos de la zona. Justamente el basamento de las esculturas figura las montañas y el paso que tuvieron que atravesar las tropas cristianas para afrontar la batalla de un modo propicio. A la derecha de la obra puede verse la figura de Sancho "El Fuerte", aquel rey navarro que superaba los dos metros de altura. A sus pies el escudo de Navarra y en su mano un trozo de las cadenas que rodeaban la empalizada de Miramamolín. A continuación está Alfonso VIII de Castilla, el principal impulsor de aquella acometida cristiana considerada cruzada. El tercer rey es Pedro II de Aragón con el escudo barrado a sus pies. La siguiente figura es la del arzobispo de Toledo Rodrigo Jiménez de Rada, que fue en gran parte el alma intelectual de la Cruzada. La última representación del monumento es la de Diego López de Haro, caballero vasco, Señor de Vizcaya, que dirigió la vanguardia de los ejércitos castellanos.
Jiménez de Rada es una figura que en cierto modo me interesa bastante y que tal vez necesite algunos estudios paralelos a todos los que se han realizado y a los que ahora se están haciendo en relación a la las Navas. Recorrió Europa buscando apoyos para la crucial campaña militar. El día de la batalla empuñó la espada y luchó junto a Alfonso VIII en el campo de batalla. Su biografía está repleta de un contexto con muchas lecturas y al margen de la novelería templaria, orden con la que está relacionado por su formación francesa y por lazos familiares, sus intereses y sus instrucciones a los calatravos que conforman las posteriores líneas fronterizas tras las Navas, organizando el adelantamiento de Cazorla, la construcción de la catedral de Toledo, sus aportaciones en el concilio de Letrán, su legado como historiador, sus relaciones con reyes y papas y hasta en un orden un tanto colateral sus impulsos mariológicos(que pueden ser brújula de símbolos devocionales como el de la Virgen de la Cabeza), son del todo subyugantes.
Se trata de nuestra memoria, que tendríamos que tener más entre las manos para conocernos mejor. La tenemos mutilada, y eso nos puede dejar definitivamente en una sima de ostracismo, en la que nos regodeamos.
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