La Romería de la Virgen de la Cabeza y todo lo que esta cita en plena sierra conlleva generan miles de imágenes que permiten describir algo para lo que en ocasiones sobran las palabras.
La belleza de una tierra que estalla en verdor cada primavera y que sirve de manto para una imagen pequeña y morena capaz erizar el vello de quienes la contemplan. La alegría festiva de la celebración, que inunda todos los rincones del Cerro del Cabezo, en el que se comparte sin más premisa que la de pasar un buen rato, por encima de clases sociales, ideas políticas e, incluso, creencias. La emoción de quien pide con fe por los suyos y del que recuerda a los que vivieron otras romerías y un día marcharon. Todos, al fin y al cabo, con el denominador común de una madre a la que quieren y a la que miman con ternura. A la que protegen con cariño, como los romeros de la fotografía, para que un chaparrón de primavera no les moje el rostro ni su manto. Es el sentir de un pueblo que vela por sus tradiciones y que sabe transmitirlo de generación en generación.
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