“Cuántas hogueras es capaz de encender en la noche de primavera la Virgen pequeñita y morena del Cerro del Cabezo”
Hace dieciocho años que no participo en la romería de Sierra Morena en honor de la Virgen de la Cabeza. Eso, para un gienense trinitario, es mucho. Aquella última romería fue la de un novicio al que tocó el incomparable honor de ser designado para ir junto a la Virgen, subido en el templete. Nunca olvidaré las emociones vividas junto a la Morenita, en que uno se convertía, durante unos mágicos momentos, en una especie de chambelán o camarlengo de Nuestra Señora, que tenía que cumplir con el alto encargo de acercar a los niños a la Señora. Llantos de los más pequeños, ojos abiertos como platos de los más mayorcitos, que se veían aupados hacia el cielo donde dejar un beso inolvidable en el manto de la Madre. Anécdotas para recordar, como las agujetas que tuve durante más de una semana (eran los tiempos en que, en las viejas andas, el espacio era mínimo, y el pobre fraile de turno iba literalmente encajado entre dos listones y dos varales, con las piernas dobladas); o como el “viva” que, en un momento de despiste, dediqué, a pleno pulmón, a la patrona de mi pueblo, la Virgen de la Fuensanta de Villanueva del Arzobispo.
La romería de Sierra Morena en el monte más alto del corazón de la vieja Roma
La romería de Sierra Morena tiene un eco lejano en el monte más alto del corazón de la vieja Roma. En el Quirinal, donde se asienta el convento de trinitarios españoles de San Carlos de las Cuatro Fuentes, llamado por los romanos “San Carlino”, la noche del último domingo de abril tiene un tinte de nostalgia y fiesta, en forma de una hoguera que se enciende en el patio, en torno al cual se toma una dulce sangría y se canta el pasodoble “Morenita y Pequeñita”, casi queriendo engañar esa mirada perdida hacia el crepitar de las llamas, que esconde, en las entretelas, un pensamiento: “Quién pudiera estar ahora en el Santuario”. Hubo años en que la llama de la hoguera dio tanto el cante que, alarmados, los servicios de vigilancia de nuestro vecino, el Presidente de la República Italiana, llamaron a los bomberos creyendo que había un incendio en el convento. Hubo que explicarles que no, que era una fiesta de los frailes españoles con hoguera incorporada. Nunca más volvieron a venir, no sabemos si por que ya saben que esa noche precisa es noctámbula o porque no les ofrecimos sangría casera, porque si la hubieran probado ya habrían vuelto, ya.
Por lejos que uno se encuentre, no hay distancia que te aparte de Ella
En fin, una pequeña historia, como tantas otras, que nos hacen caer en la cuenta de cuántas hogueras es capaz de encender en la noche de la primera primavera la Virgen pequeñita y morena del Cerro del Cabezo. Lumbres que alumbran e iluminan cualquier sitio del mundo donde un pecho, por gienense o por trinitario (como es el caso, que de ambas condiciones me honro), habiendo sentido el dulce eco de una campana escondida entre madroños, y habiendo encontrado a la Celestial Dama “morena de luz de luna”, después... por lejos que uno se encuentre, no hay distancia que te aparte de Ella.
¡Viva la Virgen de la Cabeza!
Fray Pedro Aliaga Asensio o.ss.t.
Superior Comunidad Trinitaria de San Carlino (Roma)
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