Mensaje pascual para Hermandades y Cofradías de Gloria por Mons. D. Ramón del Hoyo López
Escrito por Ecclesia Digital
miércoles, 09 de abril de 2008
Muy queridos hermanos y hermanas:
Cristo, nuestro Hermano Mayor, no es un vencido sino un vencedor. “Muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando nos dio la vida.”
Incluía estas palabras en mi felicitación pascual de este año a toso los fieles diocesanos y también quiero hacerlo a tantos cristianos asociados en Hermandades y Cofradías de Gloria a lo largo y ancho de la geografía diocesana de Jaén.
Al expresaros mi afecto más sincero y pleno apoyo en vuestros programas y actividades, deseo unirme, desde la oración ante Jesús Sacramentado, a vuestros Santos Titulares y Advocaciones marianas, para juntos desde la fuerza y la nueva vida de Jesús Resucitado -recordemos la Vigilia Pascual- ser portadores, también ante los demás, de la nueva luz pascual, como cirios encendidos y lámparas rebosantes de aceite.
1. Brillar con una vida nueva
Celebrar de verdad la Resurrección de Jesucristo implica un verdadero nacimiento a una vida nueva, tal como sucedió en aquella primera comunidad de discípulos de Jesús.
Aquellos acontecimientos que nos han transmitido testigos directos del hecho de la Resurrección del Señor, también como si hubieran sucedido hoy, porque Jesucristo “es el mismo ayer, hoy y siempre” (Hbr 18, 8).
Nosotros, los cristianos, estamos llamados además a transmitir como aquellos primeros discípulos a quienes se les apareció el Resucitado, el testimonio de los Apóstoles y, por otro lado, a unir esa transmisión al testimonio de la propia vida, renovada gracias a los dones del Espíritu Santo que resucitó a Jesús y que por el Resucitado recibíamos de la Iglesia desde nuestro Bautismo. Bajo esa fuerza, en corazones abiertos a la gracia y al misterio del amor de Dios, el cristiano en cada Pascua nace y crece misteriosamente a una vida nueva.
En nuestro Plan Pastoral nos proponemos llegar a “la vivencia íntima con el Señor Jesús” a lo largo del curso. Este tiempo es muy propicio para todos.
Nuestra esperanza en la alegre resurrección abre nuestros corazones a la verdad, a otra perspectiva de la vida, a preocupaciones más altas, a dirigir nuestros pasos con vocación de entrega a los demás y de eternidad.
2. Vivir como resucitados
Esta expresión significa buscar las cosas de allá arriba, como escribe San Pablo: “Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba.” (Col 3, 1). Es decir, caminad junto a Cristo, que Él sea el centro de vuestra existencia.
Vivir como resucitados, vivir en sinceridad y verdad. Que esta sea nuestra levadura, no “la de corrupción y la maldad.” (2 Cor 5, 8).
En el que vive la resurrección del Señor no queda hueco alguno para la tristeza, porque sonríe en su interior ante Él, aun en medio del dolor y el sufrimiento. Además, es portador de alegría y esperanza para otros, sobre todo, para sus próximos.
Vivir como resucitados significa luchar contra todo lo que conduce a la muerte y origina la muerte, que ya no hay lugar para el desencanto, la dificultad, el desengaño y la falta de esperanza, porque el Resucitado es nuestra esperanza.
Es saber dar razón de nuestra fe y esperanza, decir que todo es posible, vivir en el amor.
En medio de una sociedad secularizada, cerrada al amor y que camina entre enfrentamientos y egoísmos, la persona que vive como resucitada es una buena noticia.
3. Sentirnos enviados por el Señor
Los relatos pascuales nos ofrecen un dato central en favor de la evangelización. El testigo es enviado a anunciar lo que ha visto y oído. Los encuentros de los discípulos con el Resucitado terminan invariablemente en esta llamada. “Id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea, allí me verán.” (Mt6 28, 7); “Vosotros sois testigos de estas cosas” (Lc 24, 48); “Id y haced discípulos a todas las gentes” (Mt 28, 19); “Como el Padre me envió, también os envío yo” (Jn 20, 21).
Sólo el encuentro con Jesús vivo, resucitado, arranca, por una parte, la experiencia personal de nuestra salvación en la comunidad de cristianos, y, por otra, hace que nazca en nosotros el impulso a vivir ante los demás y anunciarles esa experiencia. Sin la gracia pascual, sin esa experiencia personal de la cercanía y nueva vida del resucitado, no puede haber testigos y apóstoles del Evangelio.
Decía Pedro: “Nosotros somos testigos de todo lo que hizo Jesús de Nazaret, en Judea y Jerusalén… Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver… a nosotros que hemos comido y bebido con Él, después de la resurrección.” (Hch 10, 39-41). Testigo de la resurrección, el apóstol que negó a Jesús, comienza a vivir con resucitado, testigo de todo lo visto y oído a su Maestro.
4. Los laicos en primera línea de la Evangelización
Uno de los signos más relevantes de nuestro tiempo sobre todo a partir del Concilio Vaticano II, es el hecho de que los fieles laicos están llamados a alinearse en primera fila, como protagonistas directos en las tareas de la transmisión del Evangelio de Jesucristo.
A los laicos, explica el Concilio, “pertenece por vocación propia buscar el reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales… igual que la levadura, contribuyan desde dentro a la santificación del mundo y, de este modo, descubran a Cristo a los demás, brillando, ante todo, con el testimonio de su vida, fe, esperanza y caridad.” (A.A. 2)
Escribía el Pontífice Juan Pablo II que “las nuevas situaciones, tanto eclesiales como sociales, económicas, políticas y culturales, reclaman hoy, con fuerza muy particular, la acción de los fieles laicos. Si el no comprometerse ha sido siempre algo inaceptable, el tiempo presente lo hace aún más culpable. A nadie le es lícito permanecer ocioso.” (Exh. Apost. Chistifideles laici, n. 3).
En la presentación del Plan Pastoral diocesano denominaba a nuestra Iglesia diocesana “Familia evangelizadora desde la comunión”. Recordaba a todos los fieles bautizados que “hemos sido escogidos y enviados por el Señor… para dar fruto.” Somos los portadores de la Luz Pascual que el Resucitado pone en nuestras manos para iluminar nuestras tierras y nuestras gentes con el Evangelio de Jesús.
5. Queridos Consiliarios, Hermanos Mayores y Cofrades:
Comunicad a los Hermanos el mensaje de Jesús Resucitado. Llevad este mensaje por todos los caminos y que penetre en nuestras vidas y en nuestros hogares. Llevadlo a los niños y sencillos, a los jóvenes y a los mayores, a los sanos y enfermos. Llevadlo con sencillez, pues es mensaje de amor, de verdad, de libertad, de fraternidad, de paz y alegría. Lo único que nos hará brillar ante todo el mundo es nuestra identidad con Jesús Resucitado.
Que nuestra Madre la Virgen de la Alegría y Estrella de la Esperanza os proteja y acompañe siempre.
Con todo afecto en Jesús Resucitado, os saluda y bendice
+ Ramón del Hoyo López
Obispo de Jaén
Escrito por Ecclesia Digital
miércoles, 09 de abril de 2008
Muy queridos hermanos y hermanas:
Cristo, nuestro Hermano Mayor, no es un vencido sino un vencedor. “Muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando nos dio la vida.”
Incluía estas palabras en mi felicitación pascual de este año a toso los fieles diocesanos y también quiero hacerlo a tantos cristianos asociados en Hermandades y Cofradías de Gloria a lo largo y ancho de la geografía diocesana de Jaén.
Al expresaros mi afecto más sincero y pleno apoyo en vuestros programas y actividades, deseo unirme, desde la oración ante Jesús Sacramentado, a vuestros Santos Titulares y Advocaciones marianas, para juntos desde la fuerza y la nueva vida de Jesús Resucitado -recordemos la Vigilia Pascual- ser portadores, también ante los demás, de la nueva luz pascual, como cirios encendidos y lámparas rebosantes de aceite.
1. Brillar con una vida nueva
Celebrar de verdad la Resurrección de Jesucristo implica un verdadero nacimiento a una vida nueva, tal como sucedió en aquella primera comunidad de discípulos de Jesús.
Aquellos acontecimientos que nos han transmitido testigos directos del hecho de la Resurrección del Señor, también como si hubieran sucedido hoy, porque Jesucristo “es el mismo ayer, hoy y siempre” (Hbr 18, 8).
Nosotros, los cristianos, estamos llamados además a transmitir como aquellos primeros discípulos a quienes se les apareció el Resucitado, el testimonio de los Apóstoles y, por otro lado, a unir esa transmisión al testimonio de la propia vida, renovada gracias a los dones del Espíritu Santo que resucitó a Jesús y que por el Resucitado recibíamos de la Iglesia desde nuestro Bautismo. Bajo esa fuerza, en corazones abiertos a la gracia y al misterio del amor de Dios, el cristiano en cada Pascua nace y crece misteriosamente a una vida nueva.
En nuestro Plan Pastoral nos proponemos llegar a “la vivencia íntima con el Señor Jesús” a lo largo del curso. Este tiempo es muy propicio para todos.
Nuestra esperanza en la alegre resurrección abre nuestros corazones a la verdad, a otra perspectiva de la vida, a preocupaciones más altas, a dirigir nuestros pasos con vocación de entrega a los demás y de eternidad.
2. Vivir como resucitados
Esta expresión significa buscar las cosas de allá arriba, como escribe San Pablo: “Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba.” (Col 3, 1). Es decir, caminad junto a Cristo, que Él sea el centro de vuestra existencia.
Vivir como resucitados, vivir en sinceridad y verdad. Que esta sea nuestra levadura, no “la de corrupción y la maldad.” (2 Cor 5, 8).
En el que vive la resurrección del Señor no queda hueco alguno para la tristeza, porque sonríe en su interior ante Él, aun en medio del dolor y el sufrimiento. Además, es portador de alegría y esperanza para otros, sobre todo, para sus próximos.
Vivir como resucitados significa luchar contra todo lo que conduce a la muerte y origina la muerte, que ya no hay lugar para el desencanto, la dificultad, el desengaño y la falta de esperanza, porque el Resucitado es nuestra esperanza.
Es saber dar razón de nuestra fe y esperanza, decir que todo es posible, vivir en el amor.
En medio de una sociedad secularizada, cerrada al amor y que camina entre enfrentamientos y egoísmos, la persona que vive como resucitada es una buena noticia.
3. Sentirnos enviados por el Señor
Los relatos pascuales nos ofrecen un dato central en favor de la evangelización. El testigo es enviado a anunciar lo que ha visto y oído. Los encuentros de los discípulos con el Resucitado terminan invariablemente en esta llamada. “Id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea, allí me verán.” (Mt6 28, 7); “Vosotros sois testigos de estas cosas” (Lc 24, 48); “Id y haced discípulos a todas las gentes” (Mt 28, 19); “Como el Padre me envió, también os envío yo” (Jn 20, 21).
Sólo el encuentro con Jesús vivo, resucitado, arranca, por una parte, la experiencia personal de nuestra salvación en la comunidad de cristianos, y, por otra, hace que nazca en nosotros el impulso a vivir ante los demás y anunciarles esa experiencia. Sin la gracia pascual, sin esa experiencia personal de la cercanía y nueva vida del resucitado, no puede haber testigos y apóstoles del Evangelio.
Decía Pedro: “Nosotros somos testigos de todo lo que hizo Jesús de Nazaret, en Judea y Jerusalén… Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver… a nosotros que hemos comido y bebido con Él, después de la resurrección.” (Hch 10, 39-41). Testigo de la resurrección, el apóstol que negó a Jesús, comienza a vivir con resucitado, testigo de todo lo visto y oído a su Maestro.
4. Los laicos en primera línea de la Evangelización
Uno de los signos más relevantes de nuestro tiempo sobre todo a partir del Concilio Vaticano II, es el hecho de que los fieles laicos están llamados a alinearse en primera fila, como protagonistas directos en las tareas de la transmisión del Evangelio de Jesucristo.
A los laicos, explica el Concilio, “pertenece por vocación propia buscar el reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales… igual que la levadura, contribuyan desde dentro a la santificación del mundo y, de este modo, descubran a Cristo a los demás, brillando, ante todo, con el testimonio de su vida, fe, esperanza y caridad.” (A.A. 2)
Escribía el Pontífice Juan Pablo II que “las nuevas situaciones, tanto eclesiales como sociales, económicas, políticas y culturales, reclaman hoy, con fuerza muy particular, la acción de los fieles laicos. Si el no comprometerse ha sido siempre algo inaceptable, el tiempo presente lo hace aún más culpable. A nadie le es lícito permanecer ocioso.” (Exh. Apost. Chistifideles laici, n. 3).
En la presentación del Plan Pastoral diocesano denominaba a nuestra Iglesia diocesana “Familia evangelizadora desde la comunión”. Recordaba a todos los fieles bautizados que “hemos sido escogidos y enviados por el Señor… para dar fruto.” Somos los portadores de la Luz Pascual que el Resucitado pone en nuestras manos para iluminar nuestras tierras y nuestras gentes con el Evangelio de Jesús.
5. Queridos Consiliarios, Hermanos Mayores y Cofrades:
Comunicad a los Hermanos el mensaje de Jesús Resucitado. Llevad este mensaje por todos los caminos y que penetre en nuestras vidas y en nuestros hogares. Llevadlo a los niños y sencillos, a los jóvenes y a los mayores, a los sanos y enfermos. Llevadlo con sencillez, pues es mensaje de amor, de verdad, de libertad, de fraternidad, de paz y alegría. Lo único que nos hará brillar ante todo el mundo es nuestra identidad con Jesús Resucitado.
Que nuestra Madre la Virgen de la Alegría y Estrella de la Esperanza os proteja y acompañe siempre.
Con todo afecto en Jesús Resucitado, os saluda y bendice
+ Ramón del Hoyo López
Obispo de Jaén
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